Si
una brisa me rozara los párpados...
Recordaría
esa tarde, esa misma brisa, el olor a sal, a mar. El cielo teñido de
naranja, de lila, leves pinceladas rojas. El sol fundiéndose con el
agua, hundiéndose en las olas, coronadas de espuma blanca.
Gaviotas
planeando sobre la orilla, pequeñas olas lamiendo mis pies, mis
dedos hundiéndose en la arena oscura, húmeda. Mis rizos pardos
mecidos al viento, en mis ojos el reflejo del cielo, del sol, del
mar. En mi piel la arena y la sal, el vestido arrebujándose
alrededor de mi cintura. De mis labios un suspiro, leve, suave,
fresco, como la brisa marina.
En
mi alma, calma. Calma y paz y tranquilidad. Mi mente libre de
lastres, sin pensar, sin reflexionar. Libre como el vuelo de la
gaviota, libre como la ola, como la nube, mi alma vuela y se
encuentra con las primeras estrellas, que, pálidas, muestran el
camino.
El
camino, ¿a dónde? No importa, es un camino, como cualquier otro.
Bajo el cielo añil las olas oscurecen, esmeraldas, las gaviotas
duermen acunadas por el mar.
El
mar...
El
coloso incansable, constante cambio, como mi alma, movimiento eterno.
Eterno como los sueños recogidos por esas estrellas brillantes,
aguardan, observan, el pasado, el presente. Su luz me sosiega, me
guía, me espera.
Me
reuniré con ellas, algún día, quién sabe, tarde o temprano.
Seré
la espuma del mar, el vuelo de la gaviota.
Seré
la brisa, el viento.
Seré
el cielo nocturno y la luz de las estrellas, los colores del
amanecer, la calidez del sol.
Seré
la ola que borra las huellas pasadas y seré los pies que dejan las
huellas futuras.
Seré
seguidora y seré guía, seré melancolía, tristeza, la esperanza,
la sonrisa.
Estaré
muerta y seré vida.
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