viernes, 8 de noviembre de 2013

Perenne eternidad


Si una brisa me rozara los párpados...
Recordaría esa tarde, esa misma brisa, el olor a sal, a mar. El cielo teñido de naranja, de lila, leves pinceladas rojas. El sol fundiéndose con el agua, hundiéndose en las olas, coronadas de espuma blanca.
Gaviotas planeando sobre la orilla, pequeñas olas lamiendo mis pies, mis dedos hundiéndose en la arena oscura, húmeda. Mis rizos pardos mecidos al viento, en mis ojos el reflejo del cielo, del sol, del mar. En mi piel la arena y la sal, el vestido arrebujándose alrededor de mi cintura. De mis labios un suspiro, leve, suave, fresco, como la brisa marina.
En mi alma, calma. Calma y paz y tranquilidad. Mi mente libre de lastres, sin pensar, sin reflexionar. Libre como el vuelo de la gaviota, libre como la ola, como la nube, mi alma vuela y se encuentra con las primeras estrellas, que, pálidas, muestran el camino.
El camino, ¿a dónde? No importa, es un camino, como cualquier otro. Bajo el cielo añil las olas oscurecen, esmeraldas, las gaviotas duermen acunadas por el mar.
El mar...
El coloso incansable, constante cambio, como mi alma, movimiento eterno. Eterno como los sueños recogidos por esas estrellas brillantes, aguardan, observan, el pasado, el presente. Su luz me sosiega, me guía, me espera.
Me reuniré con ellas, algún día, quién sabe, tarde o temprano.
Seré la espuma del mar, el vuelo de la gaviota.
Seré la brisa, el viento.
Seré el cielo nocturno y la luz de las estrellas, los colores del amanecer, la calidez del sol.
Seré la ola que borra las huellas pasadas y seré los pies que dejan las huellas futuras.
Seré seguidora y seré guía, seré melancolía, tristeza, la esperanza, la sonrisa.
Estaré muerta y seré vida.

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