viernes, 18 de octubre de 2013

Dos esferas color castaño


Me aseguro de llevar la ropa de camuflaje. Me miro en el espejo, sólo falta la máscara. Cierro los ojos y la ajusto a mi rostro, suave y delicada, apenas noto cómo se ciñe alrededor de mis ojos, esas dos esferas brillantes color castaño que son lo único que se ve de mí.
Cuando vuelvo a abrirlos ya tengo otro aspecto, ya nadie me reconocerá; lo único auténtico: mis ojos.
Estoy lista para salir e ir al baile de disfraces.
Camino con la seguridad propia de mi disfraz, sin dudar, sé a dónde me dirijo.
Una sala de techos altísimos, bellos frescos cubren las pocas paredes que no están tapizadas de espejos. Las gráciles columnas no entorpecen, al contrario, adornan exquisitamente la estancia. Invitados ataviados lujosamente llenan el espacio.
No está abarrotado, no está vacío.
Llego a tiempo, ni temprano ni tarde.
Saludo con cortesía, como es debido.
Sonrío a las sonrisas que van dirigidas a las mías.
Alabo los disfraces perfectos de aquellos a los que es debido alabar.
No camino ni deprisa ni despacio, sin pisar fuerte pero sin parecer etérea.
En la pista de baile bailo, como corresponde.
Punta, paso a la derecha, paso atrás, me inclino suavemente a la izquierda y saltito.
Doy todos los pasos adecuados como el resto a mi alrededor.
Como el resto, giro y me deslizo por la pista de baile, como si fuera lo más natural, como si lo llevara en la sangre.
La música llega a su fin, como era de esperar.
Me dirijo a la sala contigua, vigilando cada paso y cada gesto, que fluyen, naturales, desde mi interior y los adapto a los gestos y pasos de aquellos que me rodean.
Converso con aquellos que me dirigen la palabra, mis palabras son educadas, mis gestos elegantes, mi risa adecuada, sin ser estridente, sin ser carcajadas.
Me intereso por los intereses de mis interlocutores y les hablo de los intereses de mi disfraz cuando me preguntan por ellos, ni antes, ni después. Las frases ni cortas ni largas, así como debe ser mi explicación desenfadada.
Sonrío e inclino la cabeza con cierta timidez apropiada, en las ocasiones en las cuales mi disfraz y mi máscara son encarecidos.
Sin demasiada rapidez pero sin dejar espacio para otros elogios, desvío el tema de conversación hacia otros intereses comunes entre los distintos disfraces.
El ambiente es cada vez más festivo y alegre, vuelven los bailes, las esferas color castaño pierden su brillo a medida que avanza la melodía.
Pero sonrío como se espera que sonría y bailo los bailes que debo con sus respectivos pasos.
Estoy danzando durante horas, intercambiando los comentarios oportunos, con cuidados gestos y entonaciones.
La pista de baile nunca ha estado más llena y yo estoy allí, con todos los demás disfraces.
Los minutos siguen viniendo y yéndose y mantengo mi sonrisa, con todas las demás máscaras.
Las esferas de color castaño atisban un balcón. Un instante de cielo oscuro, un instante...
Me disculpo gentilmente con los que están más cerca. Será un momento, el aseo, nada más.
Ahora, el instante de cielo nocturno mueve mis pies, que siguen a las esferas color castaño.
Sin embargo, mantengo el ritmo adecuado, la cadencia de mis pasos es la apropiada.
La música es cada vez más lejana, la luz que llega del salón, más tenue, el aire, más puro.
No debería, no es aconsejable, pero las estrellas guían mis manos y me quito los zapatos y la ropa de camuflaje.
La frescura de la hierba acaricia mis pies y me inunda de paz.
Cierro los ojos y dejo caer la máscara junto al disfraz.
Levanto el rostro al firmamento.
El recuerdo de una sonrisa atraviesa mi mente.
Después, siento el eco de una risa que llena mi alma.
Abro los ojos y miro a mi alrededor. No hay nadie, sólo el frío y la soledad de la noche están conmigo.
Quiero que mis labios sonrían como lo hacían en mi recuerdo, abrir la boca y liberar la risa sanadora.
Pero soy incapaz. Ningún gesto, ningún sonido.
Empiezo a preocuparme. No, no es cierto, tan sólo recuerdo el recuerdo de la inquietud. El corazón me late más deprisa...Un momento.
El corazón.
No late, ahora lo noto.
No, no lo noto, por eso sé que no late.
No noto nada, la frescura del césped, la brisa nocturna, el tacto de la tela en mi piel...son recuerdos.
Me acerco al estanque. Se asoma a mi mente el recuerdo del miedo mientras me inclino para ver mi reflejo.
Sobre la titilante superficie del agua flota el reflejo de dos esferas color castaño, opacas, solitarias.
El recuerdo de un grito me atraviesa, un alarido que nunca sonará, el lamento de un alma sin más cuerpo que dos esferas de color castaño, muertas.

1 comentario:

  1. Ahhh... how i love this <3 You're a *************** genius :*
    Nika

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