Me
aseguro de llevar la ropa de camuflaje. Me miro en el espejo, sólo
falta la máscara. Cierro los ojos y la ajusto a mi rostro, suave y
delicada, apenas noto cómo se ciñe alrededor de mis ojos, esas dos
esferas brillantes color castaño que son lo único que se ve de mí.
Cuando
vuelvo a abrirlos ya tengo otro aspecto, ya nadie me reconocerá; lo
único auténtico: mis ojos.
Estoy
lista para salir e ir al baile de disfraces.
Camino
con la seguridad propia de mi disfraz, sin dudar, sé a dónde me
dirijo.
Una
sala de techos altísimos, bellos frescos cubren las pocas paredes
que no están tapizadas de espejos. Las gráciles columnas no
entorpecen, al contrario, adornan exquisitamente la estancia.
Invitados ataviados lujosamente llenan el espacio.
No
está abarrotado, no está vacío.
Llego
a tiempo, ni temprano ni tarde.
Saludo
con cortesía, como es debido.
Sonrío
a las sonrisas que van dirigidas a las mías.
Alabo
los disfraces perfectos de aquellos a los que es debido alabar.
No
camino ni deprisa ni despacio, sin pisar fuerte pero sin parecer
etérea.
En
la pista de baile bailo, como corresponde.
Punta,
paso a la derecha, paso atrás, me inclino suavemente a la izquierda
y saltito.
Doy
todos los pasos adecuados como el resto a mi alrededor.
Como
el resto, giro y me deslizo por la pista de baile, como si fuera lo
más natural, como si lo llevara en la sangre.
La
música llega a su fin, como era de esperar.
Me
dirijo a la sala contigua, vigilando cada paso y cada gesto, que
fluyen, naturales, desde mi interior y los adapto a los gestos y
pasos de aquellos que me rodean.
Converso
con aquellos que me dirigen la palabra, mis palabras son educadas,
mis gestos elegantes, mi risa adecuada, sin ser estridente, sin ser
carcajadas.
Me
intereso por los intereses de mis interlocutores y les hablo de los
intereses de mi disfraz cuando me preguntan por ellos, ni antes, ni
después. Las frases ni cortas ni largas, así como debe ser mi
explicación desenfadada.
Sonrío
e inclino la cabeza con cierta timidez apropiada, en las ocasiones en
las cuales mi disfraz y mi máscara son encarecidos.
Sin
demasiada rapidez pero sin dejar espacio para otros elogios, desvío
el tema de conversación hacia otros intereses comunes entre los
distintos disfraces.
El
ambiente es cada vez más festivo y alegre, vuelven los bailes, las
esferas color castaño pierden su brillo a medida que avanza la
melodía.
Pero
sonrío como se espera que sonría y bailo los bailes que debo con
sus respectivos pasos.
Estoy
danzando durante horas, intercambiando los comentarios oportunos, con
cuidados gestos y entonaciones.
La
pista de baile nunca ha estado más llena y yo estoy allí, con todos
los demás disfraces.
Los
minutos siguen viniendo y yéndose y mantengo mi sonrisa, con todas
las demás máscaras.
Las
esferas de color castaño atisban un balcón. Un instante de cielo
oscuro, un instante...
Me
disculpo gentilmente con los que están más cerca. Será un momento,
el aseo, nada más.
Ahora,
el instante de cielo nocturno mueve mis pies, que siguen a las
esferas color castaño.
Sin
embargo, mantengo el ritmo adecuado, la cadencia de mis pasos es la
apropiada.
La
música es cada vez más lejana, la luz que llega del salón, más
tenue, el aire, más puro.
No
debería, no es aconsejable, pero las estrellas guían mis manos y me
quito los zapatos y la ropa de camuflaje.
La
frescura de la hierba acaricia mis pies y me inunda de paz.
Cierro
los ojos y dejo caer la máscara junto al disfraz.
Levanto
el rostro al firmamento.
El
recuerdo de una sonrisa atraviesa mi mente.
Después,
siento el eco de una risa que llena mi alma.
Abro
los ojos y miro a mi alrededor. No hay nadie, sólo el frío y la
soledad de la noche están conmigo.
Quiero
que mis labios sonrían como lo hacían en mi recuerdo, abrir la boca
y liberar la risa sanadora.
Pero
soy incapaz. Ningún gesto, ningún sonido.
Empiezo
a preocuparme. No, no es cierto, tan sólo recuerdo el recuerdo de la
inquietud. El corazón me late más deprisa...Un momento.
El
corazón.
No
late, ahora lo noto.
No,
no lo noto, por eso sé que no late.
No
noto nada, la frescura del césped, la brisa nocturna, el tacto de la
tela en mi piel...son recuerdos.
Me
acerco al estanque. Se asoma a mi mente el recuerdo del miedo
mientras me inclino para ver mi reflejo.
Sobre
la titilante superficie del agua flota el reflejo de dos esferas
color castaño, opacas, solitarias.
El
recuerdo de un grito me atraviesa, un alarido que nunca sonará, el
lamento de un alma sin más cuerpo que dos esferas de color castaño,
muertas.